Tienen los ojos rasgados y una sonrisa sutil y enigmática con la que parecen celebrar su regreso a la vida. Sus rostros fragmentados, esculpidos en piedra, han sobrevivido al fuego, al abandono y a un entierro de unos 2.500 años. Dispuestos sobre una mesa del taller de arqueología del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), en Madrid, donde hoy se someten a un proceso de análisis y restauración, transmiten un aire de vulnerabilidad. A 300 kilómetros del lugar que habitaron y ahora rescatados del olvido, estos relieves de corte oriental son lo más cerca que hemos estado nunca de ponerle cara a lo que los antiguos griegos consideraron la primera civilización de Occidente.
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